viernes, 26 de noviembre de 2010

Antoinette Peské



Por lo que puedo confiar en mi memoria, jamás me ha parecido que nada fuera natural.

Cuando era niño, lógicamente, no había por qué sorprenderse, y mis padres, aunque no tuvieran a su disposición el libro de las Diez mil respuestas de los padres a los hijos, recientemente publicado en Londres, satisficieron lo mejor que pudieron mis preguntas descabelladas. Sin embargo, a pesar de sus explicaciones y las que me dieron más tarde, en el transcurso de mis años de estudios y experiencias, mi curiosidad siempre quedó poco satisfecha, cosa que tampoco es sorprendente. Muchos hombres están en mi caso, pero unos dejan de preguntar por indolencia, otros por miedo a saber, algunos porque pretenden haber comprendido, y otros en fin porque, para vivir, no necesitan comprender nada, mientras yo me comporto como un niño.

Me resulta difícil, todavía en el momento actual, admitir por ejemplo que los seres puedan dormirse y… despertarse, que una rata o un simple gusano al que mato de una patada no pueda volver a ser creado por mí “hecho a imagen y semejanza de Dios”, que cada planta tenga su color y su perfume, cada hombre y cada animal su mirada… Y no hablo del misterio de los lazos entre la mente y el cuerpo, de los movimientos del alma y del corazón… Pero los ojos, sobre todo los ojos siempre me han intrigado poderosamente y siempre me intrigarán. Si la voz de los seres amados puede conmover, no tanto por lo que expresan como por lo deja tras ella, la mirada, palabra que llega directamente de las profundidades de nuestra alma y que, sin la ayuda de los sonidos, traduce por nosotros lo inexpresable, ¡cuánto más puede conmover!

Los ojos… Nunca me cansaré de esperar detrás de esas puertas de nuestro subconsciente que hacen creer que a través de sus cristales coloreados enseñan algo, y que cuando se les fuerza ¡se abren a la nada! ¿Esperar qué? Pues esperar simplemente, porque al que ya no espera no le queda sino morir.

Así comienza el capítulo II de La Caja de Hueso, de la autora Antoinette Peské (1902-1985). Editorial Siruela. La caja de hueso es el turbador relato de un hombre sumido en la locura por un amor que, en su ansioso afán de posesión, le lleva más allá de la muerte.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo con la autora.
    Hoy he atendido a una clienta de 73 tacos cuya mirada era de tal pureza, honestidad y belleza que sucumbí al poder de todo lo que transmitía.

    Las imágenes con las que expresas lo leído, como siempre, deliciosas y muy creativas.

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  2. ¡Ay!¡Ay! ¡Ay!
    Y te preguntarás el porqué de mis exclamaciones... pues, por una mirada llena de posesión y afán de dominio (el ego perdido en los apegos) de un ser que no descubrí en su momento como psicótico con delirios de grandeza; algo que el había aprendido a esconder muy bien. Fueron pocos días de cruzar miradas... pero una vez hecho el contacto ya estaba la línea abierta... y yo sin saberlo...
    En fin, fue mi mejor maestro, sin pretenderlo. Este ser sólo pretendió destruirme,jugando una y otra vez en perdonar condenar. Su psicosis era la de creerse bien dios, bien demonio. totalmente disociado. El más terrorífico, pero con el que más aprendí y comprendí.
    En mi caso, comenzó con el color y luego apareció el B&N. Disociación. por esto se tanto sobre la no dualidad, así como de ella :)
    La vida es pura sencillez, sólo nuestra mente pensante -llena de miedos y rechazos- la convierte en retorcida.
    Alguien que estaba en mi camino. Y en vez de dedicarme a escribir una novela con el sufrimiento, aprendí a dejar de sufrir a través de mi autoconocimiento, y por ello saber como liberarme de tan extremo sufrimiento. Espero que otros también puedan aprender.
    Un abrazo y feliz fin de semana :)

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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.