La omnipresencia de cámaras que disparan continuamente colapsa todos los instantes sin ningún tipo de discriminación. La fotografía ya no solemniza un episodio de la vida, porque todo está fotografiado, nada parece escaparse a la voracidad de las cámaras. el registro ya no se reserva a lo extraordinario, y cuando lo extraordinario ocurre, porque por ley de probabilidades tiene que ocurrir, queda sepultado bajo el magma inconmensurable de lo ordinario. En el reino de la banalidad, los momentos extraordinarios quedan eclipsados.
Joan Fontcuberta, La furia de las imágenes, notas sobre la postfotografía.