Una vez me encontré una maleta que contenía un tesoro en dinero. En ella se indicaba quién era su dueño y domicilio.
Como era una de esas personas corruptas con las que el país sufre, decidí no devolvérselo. Lo puse en secreto en el patio de un hombre pobre que era amigo nuestro y se le conocía por su piedad. No tenía duda de que él lo gastaría por la causa de Dios. Luego me enteré de que se lo había devuelto a su dueño, renunciando a su derecho legal sobre él.
Lo sentí y me entristecí. Después, nuestro pobre y piadoso amigo murió. Me apresuré a lavarlo, a amortajarlo, a llevarlo a la mezquita y a rezar por él. Cuando los rezos terminaron, vi entre los asistentes, detrás del féretro, al hombre rico y corrupto llorando amargamente. Conmovido, dije:
-Gloria a Ti, Poseedor de la Soberanía. Tú sabes lo que nosotros no conocemos. Quizás el despertar venga con Tu permiso de donde nadie conozca.
Como era una de esas personas corruptas con las que el país sufre, decidí no devolvérselo. Lo puse en secreto en el patio de un hombre pobre que era amigo nuestro y se le conocía por su piedad. No tenía duda de que él lo gastaría por la causa de Dios. Luego me enteré de que se lo había devuelto a su dueño, renunciando a su derecho legal sobre él.
Lo sentí y me entristecí. Después, nuestro pobre y piadoso amigo murió. Me apresuré a lavarlo, a amortajarlo, a llevarlo a la mezquita y a rezar por él. Cuando los rezos terminaron, vi entre los asistentes, detrás del féretro, al hombre rico y corrupto llorando amargamente. Conmovido, dije:
-Gloria a Ti, Poseedor de la Soberanía. Tú sabes lo que nosotros no conocemos. Quizás el despertar venga con Tu permiso de donde nadie conozca.
Extraído de “Diálogos del atardecer” de Naguib Mahfuz –Premio Nobel de Literatura en el 1988.