Al nacer, la gota todavía no sabe que dentro de dos segundos morirá aplastada contra la pila del fregadero. Ilusionada, se desliza por la última curva de la cañería y se asoma a la desembocadura del grifo. La luz de los fluorescentes la deslumbra. Se siente como la viajera del tren que, después de mantener concentrada la mirada en un largo túnel, sale finalmente a cielo abierto. Con curiosidad, se detiene en el extremo metálico del grifo. La inercia hace que se tambalee y que, tras un leve balanceo, caiga la vacío….. A medida que cae, la gota aumenta su peso, su volumen y su tensión interna. La inercia la estira la piel. Tanto, que desearía ser de mercurio. El paisaje oscurece. Desde un punto de vista humano, todo ocurre muy deprisa. Para la gota, en cambio, este instante contiene parte de la vejez y la madurez entera. El tiempo necesario para olvidar lo que ha vivido más recientemente y recordar sólo los primeros tiempos de vida; para reconocerse en la gota que, con más atrevimiento que ella, empieza a sacar la cabecita por el mismo grifo. Se parecen como dos gotas de agua, constata. Y tiene la sensación de que haber visto a esa hija (o hermana) justifica haber vivido un viaje que termina como estaba previsto: chof……….
Sergi Pámies. Destinatarios. “Si te comes un limón sin hacer muecas” Editorial Anagrama.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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