Cristo salió de un valle blanco y llegó a un pueblo púrpura. Al recorrer la primera de sus calles, oyó unas voces por encima de su cabeza, y al mirar descubrió a un joven tumbado en el alféizar de una ventana, borracho.
-¿Por qué desperdicias tu alma en la ebriedad? –le preguntó.
-Señor, yo era un leproso y Tú me curaste. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Adentrándose un poco más en el pueblo, vio que otro joven perseguía a una ramera.
-¿Por qué dilapidas tu alma en la disipación? –le preguntó Cristo.
-Señor, yo estaba ciego y Tú me curaste, ¿Qué otra cosa puedo hacer? –le respondió el joven.
Finalmente, en el centro de la ciudad, vio un viejo agachado, sollozando sobre el suelo, y al preguntarle la razón de su llanto el viejo respondió:
-Señor, estaba muerto y Tú me trajiste a la vida. ¿Qué otra cosa puedo hacer más que llorar?
Texto extraído de “El arte de conversar” Oscar Wilde. Editorial Atalanta.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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