sábado, 26 de febrero de 2011

Lo efímero



Recordé una escena de mi infancia. Una prima mía, mayor que yo, nos llevó al cine a los más pequeños, la tarde de Navidad. Fue quizás mi primera experiencia del cine en color. Proyectaban El mundo submarino, documental de divulgación de un científico francés, lleno de efectos infantiles. Desde las primeras imágenes me sentí poseído por una dolorosa sensación de placer total. Pero el arrebato ante los colores, la fantasía, la monstruosidad incluso de aquel pedazo de mundo invisible, era excesivo para mis fuerzas. Así que a los cinco minutos comencé a preguntarle a mi prima, con la insistencia de un perturbado, si faltaba mucho para que la cinta terminara. Cada cinco minutos repetía mi pregunta, “¿falta mucho? ¿tú crees que se va a terminar enseguida?”, a lo que mi prima contestaba cada vez con mayor impaciencia. Pero ella no comprendía la angustia asfixiante de aquel niño descubriendo, por primera vez en su vida, el placer consciente; y su desesperación porque algo tan descomunal estaba sujeto al tiempo. ¿Cómo podía terminar una cosa así? Una cosa así tenía que ser eterna o no ser. ¿Cómo podía soportar el niño que alguien descorriera una cortinilla, le mostrara el mundo invisible, y luego volviera a cerrarla? “Ya tienes bastante”, decía el dueño de la cortinilla. Pero yo no tenía bastante.

Nunca más tendría bastante. Yo nunca más podría aceptar que lo bueno de la vida fuera un regalo ajeno y casual cuya duración estuviese en manos del dueño del cine. Yo debía rechazar aquel regalo, Es decir, superarlo.

Extraído de “Historia de un idiota contada por él mismo o el contenido de la felicidad” de Félix de Azua. Editorial Anagrama.

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