martes, 31 de agosto de 2010

Identidad IV


Foto: Córdoba. La judería, el zoco.

El derecho a criticar al otro se gana, se merece. Si tratamos a alguien con hospitalidad o desprecio, la menor observación que formulemos, esté justificada o no, le parecerá una agresión que lo empujará a resistir, a encerrarse en sí mismo, difícilmente a corregirse; y a la inversa, si le demostramos amistad, simpatía y consideración, no solamente en las apariencias sino con una actitud sincera y sentida como tal, entonces es lícito criticar en él lo que estimamos criticable, y tenemos alguna posibilidad de que nos escuche.
¿Pienso acaso, al escribir estas palabras, en controversias como la que se ha producido en varios países sobre el “velo islámico”? No es lo esencial, aunque sí estoy convencido de que los problemas de ese tipo serían más fáciles de resolver si las relaciones con los emigrantes se abordaran con un espíritu distinto. Cuando sienten que su lengua es despreciada, que su religión es objeto de mofa, que se minusvalora su cultura, reaccionan exhibiendo con ostentación los signos de su diferencia; cuando por el contrario se sienten respetados, cuando perciben que tienen un sitio en el país que han elegido para vivir, entonces reaccionan de otra manera.
Para ir con decisión en busca del otro, hay que tener los brazos abiertos y la cabeza alta, y la única forma de tener los brazos abiertos es llevar la cabeza alta. Si cada paso que da una persona siente que está traicionando a los suyos, que está renegando de sí misma, el acercamiento al otra estará viciado; si aquel cuy lengua estoy estudiando no respeta la mía, hablar su lengua deja de ser un gesto de apertura y se convierte en un acto de vasallaje y sumisión. Amin Maalouf. Identidades asesinas. Alianza Editorial.

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