Tanto la vida como el arte nos ofrecen numerosos episodios en que se manifiestan el conflicto de los signos. Las huellas dactilares de los documentos de identificación policial suponen un ejemplo de huella directa, en la que la yema de dedo actúa como una plancha de grabado. Pero el sentido de esta impronta puede variar en lo estético y en lo semántico. La leyenda cuenta que en el siglo IX el conde de Barcelona, Wifredo el Velloso, fue herido de muerte en el campo de batalla. Presintiendo su fin cercano, mojó los dedos de una mano en la sangre de la herida y trazó cuatro líneas rojas sobre su escudo de oro. La densidad épica de este gesto la valió a Cataluña su emblema nacional y la historia se ha encargado de impregnar ese blasón del contenido simbólico y grandilocuente propio de estos casos (honor, bravura, esfuerzo, generosidad, sacrificio…) Una metasignificación que nada tiene que ver en sí con el trazo abstracto de esas cuatro barras rojas sobre fondo amarillo. Joan Fontcuberta. El beso de judas. Editorial Gustavo Gili, S.L.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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