Entonces lo conocí. Yo todavía era joven y hermosa, una cabritilla grácil, una presa demasiado fácil. Excitación de la clandestinidad, adrenalina del adulterio, fiebre del sexo dopado de vida, tendida en el sofá interpretaba el papel de la bella lánguida, lo dejaba admirar mi hermosura esbelta y distinguida, yo por fin era, por fin existía, y, en su mirada, me convertía en diosa, me convertía en Venus.
Por supuesto, él no necesitaba en absoluto a una niñita sentimental. Lo que para mí era transgresión para él no era sino pasatiempo fútil, agradable distracción. La indiferencia es más cruel que el odio; de la no existencia venía, a la no existencia volví. A mi marido lúgubre, a mi frivolidad desvaída, a mi erotismo de pavisosa ñoña y a mis ideas vacuas de bobalicona elegante: a mi cruz, a mi Waterloo. Que se muera, pues. Muriel Barbery. Rapsodia Gourmet. Editorial Seix Barral.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.