Foto: Cala Bassa. Ibiza, Islas Baleares.
Hay dos categorías de viandantes. La primera es el más corriente, aunque tiene ciertos matices. No cruzo nunca la mirada de éstos, o si acaso fugazmente, cuando me dan una moneda. A veces sonríen un poco, pero se los ve incómodos, y se alejan deprisa. O sino no se detienen siquiera y pasan lo más rápido posible, su mala conciencia los atormenta durante cien metros –cincuenta antes, cuando me ven de lejos y se apresuran a mantener la cabeza fija en la otra acera hasta que, cincuenta metros después del harapiento, ésta recupera su movilidad de costumbre-, y después me olvidan, vuelven a respirar libremente, y la punzada en el corazón que han sentido de compasión y de vergüenza, se va difuminando. Sé muy bien lo que dicen ésos por la noche, al volver a casa, por poco que aún piensen en ello en algún rincón de su inconsciencia: “Es terrible, cada vez se ven más, me parte el corazón, les doy algo, claro, pero cuando he dado a dos ya no doy más, y sí ya lo sé, es arbitrario, es horrible, pero no se puede estar dando sin parar, cuando pienso en todos los impuestos que pagamos, no tendríamos que ser nosotros los que damos, tendría que ser el Estado, es el Estado el que no cumple con su función, y menos mal que tenemos un gobierno de izquierdas, si no sería mucho peor, bueno, ¿qué hay de cena esta noche, espaguetis?.... Próxima entrada más.
Muriel Barbery. Rapsodia Gourmet. Editorial Seix Barral.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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