El tiempo futuro del verbo es el gran desafío a la muerte, el gran desafío frente a la desesperación. Si pudiéramos soñar –y soñar también es una forma de futuridad-, morir no significaría más que poner término a la mediocridad y a la brevedad de la pequeñez de nuestras vidas como personas. Es fantástico que seamos un animal que concibe tiempos de futuro, o que, en palabras de Eluard, posee le dur désir de durer, y que dispone de una forma verbal para expresarlo. La verdadera condena a muerte consistiría en que alguien nos arrebatase el tiempo futuro del verbo. Si así fuera, sólo podríamos construir, como lo ha dejado dicho Elias Canettí, una especie de fábula sin porvenir, la prisión definitiva, la asfixia. Nos habrían arrebatado ese don que, quizá, sea lo que nos haya permitido sobrevivir al horror, a las masacres, al hambre, a las enfermedades y a todas las sevicias que padece nuestro ser. George Steiner y Cécile Ladjali. Elogio de la transmisión. Siruela.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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