No todos los sacerdotes católicos han cumplido con el voto de castidad. Y la Iglesia se ha encontrado así con unos efectos colaterales que la obligan a buscar soluciones. Con los frecuentes abusos sexuales, pero también con el número cada vez mayor de sacerdotes que viven en pareja y que tienen hijos. El diario italiano La Stampa ha publicado que la Iglesia estaba buscando remedio a cuestiones relacionadas con este último asunto, como pueden ser el apellido de esas criaturas nacidas en pecado y si podrán heredar los bienes de su progenitor. El periódico turinés informaba también de que la Santa Sede está preocupada: teme una "avalancha" de procedimientos judiciales que exijan pruebas de ADN para establecer la paternidad de muchos sacerdotes.
¿A quién se le ocurrió lo del celibato, que la Iglesia exigiera a los clérigos "una continencia perfecta y continua para tener un corazón entero al servicio de Dios y los hombres" (canon 277 del Código de Derecho Canónigo)? A Jesús, desde luego que no. No se pronuncia sobre la materia, ni lo hicieron los apóstoles, ni los primeros papas (que estuvieron casados). Así que tuvo que ser un infiltrado con afán de dinamitar el futuro funcionamiento de la institución. No la ha llegado a hundir, pero lo cierto es que a la Iglesia el sexo la está llevando por el camino de la amargura.
En primer lugar, y esto es algo que siempre el Vaticano ha cuidado mucho, por dinero. Un solo ejemplo: la Iglesia católica de Estados Unidos ha pagado en los últimos 30 años más de 1.350 millones de euros para compensar abusos y violaciones realizados por más de 4.000 curas. En segundo lugar, por prestigio. Benedicto XVI quiso hacerse el loco cuando se supo de los 35.000 niños que habían padecido abusos sexuales en Irlanda, pero dos semanas más tarde tuvo que dar la cara y recomendar que se "estableciese la verdad" de lo sucedido.
Con los sacerdotes con pareja y con hijos, la Iglesia debería intervenir por pura eficacia. Pero ya se ha apresurado a desmentir a La Stampa. Así que no es cierto que esté estudiando garantizar los derechos de la mujer y los hijos a través de una especie de contrato civil que permitiría a los niños llevar el apellido del papá-sacerdote y heredar sus bienes personales. Mal asunto: de nuevo la Iglesia no se hace cargo de los errores de los suyos. El País, 4 de julio de 2009.
¿A quién se le ocurrió lo del celibato, que la Iglesia exigiera a los clérigos "una continencia perfecta y continua para tener un corazón entero al servicio de Dios y los hombres" (canon 277 del Código de Derecho Canónigo)? A Jesús, desde luego que no. No se pronuncia sobre la materia, ni lo hicieron los apóstoles, ni los primeros papas (que estuvieron casados). Así que tuvo que ser un infiltrado con afán de dinamitar el futuro funcionamiento de la institución. No la ha llegado a hundir, pero lo cierto es que a la Iglesia el sexo la está llevando por el camino de la amargura.
En primer lugar, y esto es algo que siempre el Vaticano ha cuidado mucho, por dinero. Un solo ejemplo: la Iglesia católica de Estados Unidos ha pagado en los últimos 30 años más de 1.350 millones de euros para compensar abusos y violaciones realizados por más de 4.000 curas. En segundo lugar, por prestigio. Benedicto XVI quiso hacerse el loco cuando se supo de los 35.000 niños que habían padecido abusos sexuales en Irlanda, pero dos semanas más tarde tuvo que dar la cara y recomendar que se "estableciese la verdad" de lo sucedido.
Con los sacerdotes con pareja y con hijos, la Iglesia debería intervenir por pura eficacia. Pero ya se ha apresurado a desmentir a La Stampa. Así que no es cierto que esté estudiando garantizar los derechos de la mujer y los hijos a través de una especie de contrato civil que permitiría a los niños llevar el apellido del papá-sacerdote y heredar sus bienes personales. Mal asunto: de nuevo la Iglesia no se hace cargo de los errores de los suyos. El País, 4 de julio de 2009.