Han pasado 29 años, pero yo a veces sigo sintiéndome como los perplejos técnicos suecos ante ciertos excesos de la vida española. Por ejemplo: leo que piden año y medio de cárcel para el dueño de Custo por poner en sus camisetas al pajarito Piolín, que es de la Warner. De paso diré que me extraña que los partidarios de abolir la propiedad intelectual no se hayan lanzado a protestar al grito de ¡Piolín también es nuestro! o ¡Mickey Mouse gratis en todas las pecheras! O sea, que bajarse películas les parece de perlas, pero todos tienen divinamente claro que no pueden utilizar la imagen del Pato Donald, pongo por caso, porque sus propietarios (que esos sí que son ricos) se cabrean. En fin, dicen que Custo fue advertido y no rectificó, y si es así me parece bien que lo multen. Pero lo que no consigo entender es que pidan año y medio de cárcel por copiar un pajarito, mientras que en este país se empala y tortura salvajemente a un burro, se sierran patas de perros y se ahorcan galgos, y todo esto no sólo no se castiga con cárcel, sino que a menudo ni se multa. Ayer hubo en Madrid una concentración ante la sede del PSOE para reclamar que cumplan su promesa electoral: necesitamos urgentemente una Ley Nacional de Protección Animal. Pero se ve que en España sólo protegemos a los animales dibujados. Ya digo que no entiendo. No entiendo, Rosa Montero. El País 22 de febrero 2010.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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