Me repito, lo sé. Pero, ¿cómo no hacerlo, si los abusos también se repiten? Últimamente un buen puñado de intelectuales, entre ellos gente a la que admiro, han firmado manifiestos en pro de los toros. Y hace un par de días, El Mundo entrevistó al "eminente filósofo francés Francis Wolff" diciendo lo mismo.
No he leído a Wolff y no sé si es de verdad eminente; pero podría ser la persona más inteligente del mundo y aún así sostener una sandez, porque la costumbre cultural ciega nuestros ojos. Por ejemplo, el grandísimo Kant decía que "el estudio laborioso y las arduas reflexiones destrozan los méritos propios de una mujer", bonita necedad dictada por el machismo de su época. Volviendo a lo taurino, Ortega y Gasset se opuso a la ley de 1928 que implantó el peto para los caballos de los picadores. Antes, los toros evisceraban a media docena de caballos todos los días. Los pobres jacos caminaban pisándose las tripas, escribió Valle-Inclán; se las metían a puñados, les cosían en vivo y los volvían a sacar. Pues bien, Ortega declaró, indignado, que sin eso se acababa la fiesta. Y era un sabio en su tiempo.
Hoy, en cambio, la plaza entera vomitaría si viera algo así, porque por fortuna hemos superado el feroz nivel de violencia de 1928 (que culminaría poco después en la Guerra Civil). Soy hija de torero y sé que las cosas no son simples; como muchos matadores, mi padre adoraba a los animales, y yo fui una buena aficionada hasta que crecí por encima de mi ceguera cultural y pude ser consciente de la carnicería.
Porque eso es crecer: esa sensibilidad va unida al desarrollo de la civilidad. Yo no pido que los toros se prohíban. Sólo te digo: párate y mira. Es lo que la gente está haciendo, por otra parte. En 1978, en España había un 45% de aficionados. En 2008, sólo un 28%; y entre los jóvenes, sólo un 19%. Esto se está acabando. Por eso salen firmando manifiestos. Rosa Montero. 02/02/2010 El País.
No he leído a Wolff y no sé si es de verdad eminente; pero podría ser la persona más inteligente del mundo y aún así sostener una sandez, porque la costumbre cultural ciega nuestros ojos. Por ejemplo, el grandísimo Kant decía que "el estudio laborioso y las arduas reflexiones destrozan los méritos propios de una mujer", bonita necedad dictada por el machismo de su época. Volviendo a lo taurino, Ortega y Gasset se opuso a la ley de 1928 que implantó el peto para los caballos de los picadores. Antes, los toros evisceraban a media docena de caballos todos los días. Los pobres jacos caminaban pisándose las tripas, escribió Valle-Inclán; se las metían a puñados, les cosían en vivo y los volvían a sacar. Pues bien, Ortega declaró, indignado, que sin eso se acababa la fiesta. Y era un sabio en su tiempo.
Hoy, en cambio, la plaza entera vomitaría si viera algo así, porque por fortuna hemos superado el feroz nivel de violencia de 1928 (que culminaría poco después en la Guerra Civil). Soy hija de torero y sé que las cosas no son simples; como muchos matadores, mi padre adoraba a los animales, y yo fui una buena aficionada hasta que crecí por encima de mi ceguera cultural y pude ser consciente de la carnicería.
Porque eso es crecer: esa sensibilidad va unida al desarrollo de la civilidad. Yo no pido que los toros se prohíban. Sólo te digo: párate y mira. Es lo que la gente está haciendo, por otra parte. En 1978, en España había un 45% de aficionados. En 2008, sólo un 28%; y entre los jóvenes, sólo un 19%. Esto se está acabando. Por eso salen firmando manifiestos. Rosa Montero. 02/02/2010 El País.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.