Fort William, Escocia. Foto Sebas Navarrete. |
La gran enfermedad del hombre es buscar un sentido y una
finalidad a cuanto sucede. Por supuesto que no creo en las causas finales, sino
sólo en las eficientes. Por supuesto que en mi corazón no hay lugar para los
ídolos paganos, los papas de Roma o los espíritus del más allá. ¿Pero acaso
todos nosotros no vivimos como si el Sol saliera de nuevo cada mañana? Estoy
siendo confuso a la hora de expresarme, lo sé, pero no es sencillo lo que trato
de decir. Nuestra vida, toda ella, desde que amanece hasta la hora del lobo, es
una gran mentira, una sombra, un intenso simulacro. Fedor Dostoievski lo sabía.
Albert Camus lo sabía. John Maxwell Coetzee, que ha escrito sobre el origen de los
demonios una estupenda novela, El maestro de Petersburgo, lo sabe también. Para
habitar esa mentira, para reconciliarnos con esa sombra y ese intenso
simulacro, para conciliar todo lo que sabemos con todo lo que podemos soportar
saber, es para lo que existen cosas como la literatura. Sabemos que el universo
es einsteiniano, cierto, pero lo que rige nuestra vida es la creencia en un día
a día tolemaico, en ese Sol del que hablaba antes y que cada mañana algo o
alguien enciende milagrosamente. Extraído de “El corrector” de Ricardo Menéndez
Salmón.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.