La tragedia de Oslo revela dos cosas sobre la naturaleza humana. Uno, que existe una minoría, afortunadamente muy escasa, de seres humanos capaces de planear y ejecutar actos de una brutalidad casi inimaginable. Y dos, que el resto de seres humanos sentimos una necesidad muy comprensible de explicar por qué ha sucedido algo así. ¿Por qué alguien quería causar tanto daño en tal lugar y en tal momento a un grupo más o menos determinado de personas?
Como me es imposible encontrar una respuesta a esa pregunta, me gustaría limitarme a cuestionar dos explicaciones del tipo “X es el caldo de cultivo que nos ha llevado a esto”, que resultan muy tentadoras en estos momentos. La primera sería una lectura política simplista, vinculando la barbarie al ascenso de la derecha populista en la Europa del norte y responsabilizando a sus líderes políticos de inspirar este crimen. Que el asesino estuviera políticamente motivado no implica que debamos criminalizar a colectivos (posiblemente heterogéneos) de votantes, militantes o parlamentarios de unos partidos políticos, por mucho que nos disgusten algunas de sus propuestas. Como han enfatizado miembros del Gobierno noruego, la clave es que mañana Noruega despierte como Noruega, una sociedad abierta, donde es posible confrontar ideas políticas en un ambiente de libertad.
La segunda explicación es la idea extendida (sobre todo a partir del éxito de la multitud de autores escandinavos de novela negra) de que, bajo la fachada de perfección que destilan las sociedades nórdicas, “algo huele a podrido”. El racismo es intenso, las mujeres sufren abusos sexuales y hay una violencia latente; como resultado de una represión puritana, como dirían unos, o de las excesivas comodidades que da el Estado del bienestar, como prefieren decir otros. Incluso en medios de comunicación serios se concluye que las novelas escandinavas describen la verdadera suciedad de fondo que subyace en esos países; una suciedad que se escondería detrás de esos datos agregados que, tozudamente, ponen a los países nórdicos a la cabeza no solo en casi cualquier indicador de calidad de vida medible, sino también, en muchos índices de competitividad económica. Además, son también los países más solidarios, tanto desde el punto de vista de la ayuda al desarrollo como del compromiso con los valores democráticos y los derechos humanos. Creo que, más bien al contrario de la interpretación habitual, la gran producción de novela negra escandinava es indicativa de unas sociedades capaces de generar productos altamente creativos y exportables, como novelas, canciones o software; gracias, por cierto, a unos sistemas educativos donde el estímulo de la creatividad ocupa un lugar central.
En principio, Noruega es un país que podríamos considerar maldito por los dioses, no solo por un clima riguroso y una orografía que dificulta las comunicaciones, sino también por la que posiblemente sea la peor de las maldiciones para un país: la denominada maldición del petróleo. Es decir, que el descubrimiento de petróleo suele traer consecuencias negativas para un país: abandono de otras actividades económicas, rentismo, nepotismo, fragilidad institucional, golpes de Estado e incluso guerras. El dinero fácil del petróleo desata el comportamiento avaricioso de políticos y personas cercanas al poder. Noruega es uno de los pocos países del mundo que ha sido capaz de escapar a esa maldición, construyendo, además, una economía diversificada y sostenible. Este milagro ha sido posible gracias a un modelo político muy democrático en un doble sentido. Los representantes políticos son elegidos en las urnas, pero, además, sus actividades son permanentemente controladas por votantes y medios de comunicación a través de una cultura de la transparencia, de cercanía de los políticos a los ciudadanos, de tolerancia hacia las ideas diferentes y de libertad de expresión. Estas características no se pueden cuestionar como resultado de la conmoción creada por esta o tragedias parecidas.
Independientemente de las medidas —sobre todo policiales— que se puedan tomar para evitar que individuos o grupúsculos de fanáticos puedan llevar a cabo acciones similares en un futuro, estos pilares del modelo noruego deben seguir siendo una referencia para todos, dentro y fuera del país.
El País 24 de julio de 2011. “La clave es despertar igual que antes” Víctor Lapuente Giné es profesor en el Quality of Government Institute de la Universidad de Gotemburgo.
Ya leí el artículo el otro día y me parece que pone cordura en el debate. En las tertulias se escucha de todo.
ResponderEliminarSaludos.