Si no hay mucho que decir, al menos, tu voz. Léeme, siquiera un texto ya dicho. Llama, aunque sea por error para preguntar equivocadamente. Recita, canta o cuenta esa historia que es ya la leyenda de vidas siempre por vivir. Pero dame tu voz, que es poético decir que no necesita remitir a contenido alguno. La voz es ya en sí misma un sentido singular. Déjame dormir en ella. Y, cuando sea preciso, fallecer al arrullo de su despedida.
Alguien con quien hablar. Ángel Gabilondo. Editorial Aguilar.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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