En su biografía de Leonard Woolf, Victoria Glendinning cuenta que el día en que su esposa, la escritora Virginia Woolf, se suicidó arrojándose a un río, el caballero anotó en su diario sus minuciosas observaciones de siempre, sobre hechos cotidianos. Nada parecía haber cambiado en su ánimo. Excepto por una cosa: una pequeña mancha en el papel. El único borrón en todo el diario. ¿Una lágrima?
Si la huella de una lágrima en el papel salva el honor de Leonard Woolf para la posteridad, la huella de una lágrima en una carta puede salvar una relación, una amistad. Y aquí, amigos, si que hemos perdido con Internet. Ningún emoticón puede suplantar el beso dolorido que el llanto deposita en la tinta fresca. Maruja Torres. Aquellas lágrimas.
Si la huella de una lágrima en el papel salva el honor de Leonard Woolf para la posteridad, la huella de una lágrima en una carta puede salvar una relación, una amistad. Y aquí, amigos, si que hemos perdido con Internet. Ningún emoticón puede suplantar el beso dolorido que el llanto deposita en la tinta fresca. Maruja Torres. Aquellas lágrimas.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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