Sara trabajaba en una compañía de seguros.
Empezó vendiendo pólizas. Concertaba citas telefónicas, y más tarde visitaba a los clientes en sus domicilios. Su carácter abierto y su sorprendente espontaneidad le valieron la amistad de muchos clientes potenciales, a los que no consiguió vender una solo póliza. No despejaba las dudas de los clientes de la manera en que la habían enseñado en los cursos de capacitación. Sara tenía “método propio” y explicaba “a su forma” las ventajas y los inconvenientes de acceder a las pólizas que ofrecía. La charla de captación, lejos de resolver las dudas naturales de los clientes, añadía nuevos motivos de preocupación y, en la mayoría de los casos, la propia Sara acababa reconociendo que los inconvenientes superaban con creces las ventajas del producto que ofrecía. Los hombres que visitaba recuperaban la fe en el ser humano, pero continuaban su existencia sin el seguro que se les ofrecía.
Con el tiempo, acabó convencida de la inutilidad del producto que vendía, por lo que al final de sus días como visitadora entraba en los domicilios disculpándose por el atrevimiento, menospreciando su misión y rogando al cliente que obviara el tema de los seguros durante el tiempo que durara la entrevista. Semejante carta de presentación producía gran confusión entre los clientes, que no sabían cómo resolver la situación, ni cuáles eran las pretensiones reales de la señorita Sara….
Empezó vendiendo pólizas. Concertaba citas telefónicas, y más tarde visitaba a los clientes en sus domicilios. Su carácter abierto y su sorprendente espontaneidad le valieron la amistad de muchos clientes potenciales, a los que no consiguió vender una solo póliza. No despejaba las dudas de los clientes de la manera en que la habían enseñado en los cursos de capacitación. Sara tenía “método propio” y explicaba “a su forma” las ventajas y los inconvenientes de acceder a las pólizas que ofrecía. La charla de captación, lejos de resolver las dudas naturales de los clientes, añadía nuevos motivos de preocupación y, en la mayoría de los casos, la propia Sara acababa reconociendo que los inconvenientes superaban con creces las ventajas del producto que ofrecía. Los hombres que visitaba recuperaban la fe en el ser humano, pero continuaban su existencia sin el seguro que se les ofrecía.
Con el tiempo, acabó convencida de la inutilidad del producto que vendía, por lo que al final de sus días como visitadora entraba en los domicilios disculpándose por el atrevimiento, menospreciando su misión y rogando al cliente que obviara el tema de los seguros durante el tiempo que durara la entrevista. Semejante carta de presentación producía gran confusión entre los clientes, que no sabían cómo resolver la situación, ni cuáles eran las pretensiones reales de la señorita Sara….
El Gran Wyoming. Te quiero personalmente. Editorial Anagrama.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.