martes, 6 de octubre de 2009

El rapsoda de Blanes.


Don Josep Ponsdoménech tiene ochenta y ocho años, su oficio es el de poeta, rapsoda, dice él, y lo ejerce con naturalidad y resignación. Lleva los bolsillos repletos de hojas en donde con excelente caligrafía escribe diariamente sus poemas. Algunos los escribe porque sí, porque la musas así lo quieren, otros los escribe para aliviar dolores o para paliar recuerdos. Siempre, eso sí, con la mejor voluntad, convencido de que la poesía posee virtudes lenitivas. Si una mujer ha perdido a su marido, por ejemplo, don Josep Ponsdoménech le redacta un poema en donde a la vez que se pondera al deudo, se le recuerda a la viuda la necesidad de seguir viviendo. También los muertos en irrestricta soledad tienen su poema.
El rapsoda recuerda a todos sin distinción. Nadie le paga. Su arte es gratuito. En alguna ocasión don Josep me ha contado su vida: en ella no han faltado los placeres, de todo tipo, puntualiza, ni tampoco las desgracias, inherentes a la existencia, suspira, y de todo ello ha salido indemne y más fresco que una lechuga. Sus autores favoritos son sin duda los modernistas, Rubén Darío a la cabeza, pero también le he oído frases admirativas por ese joven Salvat-Papasseit, moderno y valiente. Don Josep también es valiente, qué duda cabe, y alguna vez fue, a su manera, moderno, pero su virtud principal, entre las muchas que lo adornan, es la más humana de todas: la alegría.
Es grato vivir en Blanes y saber que en los días de sol nuestra rapsoda, bien abrigado, circula por el Paseo Marítimo y por las calles interiores del pueblo. Roberto Bolaño. Entre paréntesis.