Para complacerme, M., me trae una foto de nuestra infancia en la que posamos los dos en la acera del bulevar Exelmans.
Mientras contemplo a A. y a mí, diminutas figuras en el centro del decorado, veo cómo desaparecemos poco a poco absorbidos por lo que nos rodea, la forma de nuestras ropas, el cartel, el coche, el color de la foto, la luz de aquel día, todas las señales entrelazadas de la existencia y de su pérdida.
Para la inconstancia, todo son sombras.
Mi madre recorta y guarda los artículos que hablan de mí.
Sin duda, ve en ello la prueba de mi presencia en el mundo. No percibe su vacuidad futura.
Yo no sólo no guardo ninguno de ellos, sino que casi no los leo.
¿Soberbia? ¿Desprendimiento?
No. Terror.
Terror a la insignificancia futura de esos pedazos de papel, terror a la cruel ironía, terror a la nostalgia, terror al paso del tiempo. Yasmina Reza. Hammerklavier.
Mientras contemplo a A. y a mí, diminutas figuras en el centro del decorado, veo cómo desaparecemos poco a poco absorbidos por lo que nos rodea, la forma de nuestras ropas, el cartel, el coche, el color de la foto, la luz de aquel día, todas las señales entrelazadas de la existencia y de su pérdida.
Para la inconstancia, todo son sombras.
Mi madre recorta y guarda los artículos que hablan de mí.
Sin duda, ve en ello la prueba de mi presencia en el mundo. No percibe su vacuidad futura.
Yo no sólo no guardo ninguno de ellos, sino que casi no los leo.
¿Soberbia? ¿Desprendimiento?
No. Terror.
Terror a la insignificancia futura de esos pedazos de papel, terror a la cruel ironía, terror a la nostalgia, terror al paso del tiempo. Yasmina Reza. Hammerklavier.