La elipsis, en el cine, sirve para que ese señor que estaba sentado en una silla lo veamos de repente asomado a la ventana ahorrándonos el penoso trámite de filmarle yendo del salón a la cocina, o de lunes al jueves. Lo que viene a demostrar esta fórmula narrativa es que movimientos realmente esenciales hay pocos, muy pocos, a lo largo de la semana, incluso a lo largo de la vida. Dos tercios de la existencia se van prácticamente en movimientos de traslación o de rotación alrededor de la nada. O eso nos parece, aunque en el fondo es un privilegio que en la vida real sean imposibles las elipsis. Cuando servidor era pequeño, jugaba a adelantar el reloj con la fantasía de que de ese modo durarían menos la clase de matemáticas o el dolor de muelas. Si el tiempo hubiera transcurrido a la velocidad que uno deseaba, a estas alturas estaría muerto, lo que tampoco es tan grave.
Lo grave es que para hacer elipsis hay que tener un olfato muy fino.
¿Cómo saber qué es lo esencial y qué lo accesorio? ¿Cómo averiguar, en fin, si el momento existencialmente importante sucede cuando uno está asomado a la ventana o mientras se dirige a ella? Una de las etapas más delicadas de una película es la del montaje. Ahí es realmente donde se articula el relato, donde se decide si esto se tira o se incorpora, y si se incorpora de qué forma. Hay muchos modos de articulación: la rodilla y el codo, por ejemplo, son opciones de coordinación muy diferentes. Y hay quien une el otoño al invierno con un simple catarro y quien necesita una gripe brutal o un ardor de estómago.
El caso es que si al final de la vida nos dieran todo el material que hemos producido para que seleccionáramos lo más significativo y lo montáramos a nuestro criterio, quizá los momentos más irrelevantes, como la clase de matemáticas o el viaje en autobús, se convirtieran en lo fundamental. En eso como en lo demás, la existencia tampoco se parece en nada al cine. Pero ¿quién dijo que tenían que parecerse? El día en el que ir al cine sea ir a la vida quebrará la industria. Sin embargo, el día en el que ir a la vida sea como ir al cine se agotarán las entradas. No caerá esa breva. Juan José Millás.
Lo grave es que para hacer elipsis hay que tener un olfato muy fino.
¿Cómo saber qué es lo esencial y qué lo accesorio? ¿Cómo averiguar, en fin, si el momento existencialmente importante sucede cuando uno está asomado a la ventana o mientras se dirige a ella? Una de las etapas más delicadas de una película es la del montaje. Ahí es realmente donde se articula el relato, donde se decide si esto se tira o se incorpora, y si se incorpora de qué forma. Hay muchos modos de articulación: la rodilla y el codo, por ejemplo, son opciones de coordinación muy diferentes. Y hay quien une el otoño al invierno con un simple catarro y quien necesita una gripe brutal o un ardor de estómago.
El caso es que si al final de la vida nos dieran todo el material que hemos producido para que seleccionáramos lo más significativo y lo montáramos a nuestro criterio, quizá los momentos más irrelevantes, como la clase de matemáticas o el viaje en autobús, se convirtieran en lo fundamental. En eso como en lo demás, la existencia tampoco se parece en nada al cine. Pero ¿quién dijo que tenían que parecerse? El día en el que ir al cine sea ir a la vida quebrará la industria. Sin embargo, el día en el que ir a la vida sea como ir al cine se agotarán las entradas. No caerá esa breva. Juan José Millás.