La
casa de mi infancia, situada en Pedralbes, estaba orientada hacia el Este.
Desde su azotea veía toda la ciudad de Barcelona rematada por la montaña de Montjuich
y el mar. Veía los barcos y éstos corroboraban la realidad de la aventura. Pero
también el viaje y la aventura –sobre todo para un niño- podían tener dos
caras: la exterior y la interior, la que implica salir de casa o la que
enriquece el juego. A través de las historias oídas, el cine, los libros, se
van distribuyendo en la mente los espacios de la aventura, siendo ya un
elemento fundamental, en este hecho, la conciencia de lo próximo y lo lejano,
no sólo geográficamente. Hay aquello que uno reconoce de inmediato como
distinto, países con pobladores de otras razas, que visten de modo extraño, que
escriben con caligrafías indescifrables, y aquellos en los que uno se reconoce,
cuyos textos se pueden leer aunque no se entiendan. Los primeros seducen por su
colorido y su enigma, los segundos exigen una atención menos envuelta en
fantasía. Extraído de “Viaje a los dos Orientes” de Clara Janés. Editorial
Siruela. Edición del 2011.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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