José Saramago es autor de uno de los más bellos discursos que se han escrito jamás. En diciembre de 1998, cuando acudió a Estocolmo a recoger el Nobel de Literatura. Saramago fue desgranando el origen y la motivación que había detrás de cada una de las obras publicadas hasta ese momento, a partir del relato de la peripecia vital de sus abuelos, vista con los ojos del niño que llegaría a ser escritor. “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”. Así comienza el discurso, con una frase que es el mejor homenaje imaginable a Jerónimo Melrinho, su abuelo.
Ante el selecto público asistente a tan solemne acto, José Saramago contó cómo sus abuelos, que vivían de la crianza de cerdos, metían a los lechones más débiles en sus camas durante las crudas noches de invierno, para evitar que murieran de frío. “Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable”. Extraído de “Entrevista con la cultura” César Coca. Editorial Bassarai. 1ª edición octubre 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.