Creo que estamos en un momento nuevo de la historia.
Nunca hemos sabido más y nunca hemos recordado menos. La cultura siempre ha
sido la herencia social, la consolidación y transmisión de la memoria. Mis
alumnos, muy modernos, piensan que no hay que aprender lo que se puede
encontrar (en Google, fundamentalmente). Enorme ingenuidad. Sin reactivar desde
uno mismo su genealogía, el presente se puede usar, pero no entender, igual que
los teléfonos móviles, los ordenadores, las leyes o los medicamentos. En todos
esos casos, la inteligencia está en los objetos, no en el sujeto. Ellos nos
guían hacia no sabemos dónde. Una de las razones de la crisis financiera que
sufrimos es que los bancos estaban vendiendo productos financieros que casi
nadie comprendía. Es un síntoma de una enfermedad más general. Hay un
inconsciente personal y un inconsciente objetivado en los productos culturales.
Nuestros lenguajes, costumbres, instituciones, leyes, saberes, adquieren su
sentido a lo largo de un proceso constituyente, y si no lo conocemos, los
usaremos con frivolidad o dogmatismo –que es la frivolidad de la bobería
engreída.
Pero la apelación al pasado para descifrar la actualidad
está desapareciendo. Vivimos en una hiperestesia de lo inmediato, en un
actualismo flash. La moda es el paradigma de nuestra cultura. Conviene que todo
sea de usar y tirar para no entorpecer el ciclo productivo. Sin duda, como
escribió Paul Ricoeur, necesitamos “recuperar la cadena de nuestra memoria
cultural”, pero para ello hace falta una paciencia incompatible con nuestro
mundo acelerado. Para la ciencia, la técnica y el comercio lo actual es lo
único valioso. No es necesario que un especialista en mecánica cuántica sepa
quién fue Kepler, ni siquiera quién fue Max Planck. Y un experto en
nanotecnología no necesita saber la historia del microscopio. Ambos pueden
ejercer su profesión brillantemente sin esos conocimientos. Lo que resulta más
problemático es si captan el sentido de su actividad, porque la comprensión
supone, entre otras cosas, situar el presente en un largo y amplio dinamismo
evolutivo, descubrir su genealogía, someterlo a un peculiar psicoanálisis
histórico. De lo contrario podemos convertirnos en idiots savants (personas capaces de realizar determinadas
proezas mentales pero que en todos los demás aspectos son retrasadas mentales). Esto es especialmente
importante en lo que afecta a nuestros modos de vida. Comte-Sponville ha
escrito: “Toda moral viene del pasado. Sólo hay moral fiel.” Tengo que precisar
esta afirmación. Toda moral es fruto de una larga y dramática experiencia, y si
olvidamos esa experiencia caemos en una “trivialización por desmemoria” o en
una “ingenuidad por ignorancia”. Y ahí la inteligencia fracasa. Olvidamos que
gran parte de las cosas que pensamos, sentimos y creemos son resultado de un
largo proceso de invención, de descubrimiento o de ambas cosas, y que si
desconocemos esto, desconocemos también por qué pensamos, sentimos o creemos lo
que pensamos, sentimos o creemos.
Extraído de “Pequeño tratado de los grandes vicios” de
José Antonio Marina. Editorial Anagrama.
Desconocemos, por tanto, por qué estamos aquí, para qué estamos aquí.
ResponderEliminarInteresante post.