Llevo muchos años ejerciendo de espía casual en el autobús de la línea 24 que sube por la calle Mayor de Gracia, en Barcelona. Tengo en casa un archivo de gestos, frases y conversaciones escuchadas a través del tiempo en ese trayecto de autobús, y hasta creo que podría escribir una novela tan infinita como aquella que quería hacer Jeo Gould sobre Nueva York, pues he robado y registrado todo tipo de frases sueltas, conversaciones extrañas, disparatadas situaciones.
Un modesto delincuente, por cierto, parece haberse enamorado últimamente de esa línea de autobús. Le llaman –ya es muy conocido entre algunos pasajeros- el ladrón del 24. En cuanto sube al autobús, aquellos pasajeros que le conocen advierten a gritos a los incautos: “¡Cuidado, cuidado, que entró el ladrón del 24!”
La escena es siempre conmovedora y tiene grandeza y hasta algo de épica popular, y a mi me recuerda, salvando todas las diferencias, una película que vi de niño en el que la gente de los barrios bajos se movilizaba para estrechar el cerco de un asesino de niñas. Al ladrón del 24 le han detenido unas quinientas veces ya, pero siempre queda en libertad y regresa al autobús, donde es muy famoso. No parece interesarle una línea distinta, ni otro autobús. Le debe de encantar –como a mí me pasa- sentirse un habitual de esa línea, o tal vez le apasiona simplemente repetirse… Se parece en algo a mí: los dos robamos en esa línea de autobús. Claro que el roba carteras y yo me limito a capturar frases, rostros, gestos…
Un modesto delincuente, por cierto, parece haberse enamorado últimamente de esa línea de autobús. Le llaman –ya es muy conocido entre algunos pasajeros- el ladrón del 24. En cuanto sube al autobús, aquellos pasajeros que le conocen advierten a gritos a los incautos: “¡Cuidado, cuidado, que entró el ladrón del 24!”
La escena es siempre conmovedora y tiene grandeza y hasta algo de épica popular, y a mi me recuerda, salvando todas las diferencias, una película que vi de niño en el que la gente de los barrios bajos se movilizaba para estrechar el cerco de un asesino de niñas. Al ladrón del 24 le han detenido unas quinientas veces ya, pero siempre queda en libertad y regresa al autobús, donde es muy famoso. No parece interesarle una línea distinta, ni otro autobús. Le debe de encantar –como a mí me pasa- sentirse un habitual de esa línea, o tal vez le apasiona simplemente repetirse… Se parece en algo a mí: los dos robamos en esa línea de autobús. Claro que el roba carteras y yo me limito a capturar frases, rostros, gestos…