Voy a transcribir un caso descrito por Walter Riso, Un terapeuta hispanoamericano. Una de sus pacientes le hace la siguiente descripción de su “relación amorosa”:
Llevo doce años de novia, pero estoy comenzando a cansarme… El problema no es el tiempo, sino el trato que recibo… No, él no me pega, pero me trata muy mal… Me dice que soy fea, que le produzco asco, sobre todo mis dientes, que mi aliento huele a…(llanto)… Lo siento, me da vergüenza decirlo… que mi aliento huele a podrido… Cuando estamos en algún lugar público, me hace caminar adelante para que no le vean conmigo, porque le da vergüenza… Cuando le llevo un detalle, si no le gusta me grita “tonta” o “retrasada”, lo rompe o lo tira a la basura muerto de furia. Yo siempre soy la que paga. El otro día le llevé un pedazo de torta y como le pareció pequeño, lo tiró al piso y lo aplastó con el pie… Yo me puse a llorar… Me insultó y me dijo que me fuera de su casa, que si no era capaz de comprar una mísera torta, no era capaz de nada… Pero lo peor es cuando estamos en la cama… A él le fastidia que lo acaricie o lo abrace… Ni que hablar de los besos… Después de satisfacerse sexualmente, se levanta de inmediato y se va a bañar…(llanto)… Me dice que no vaya a ser que lo contagie de alguna enfermedad… Que lo peor que le puede pasar es llevarse pegado algo de mí…
La queja de la pobre mujer tiene la intensidad de un relato de Borges. Podemos imaginar, a partir de estas líneas, el horror de la existencia. El terapeuta le pregunta: “¿Por qué no lo deja?”, y ella contesta entre apenada y esperanzada: “Es que le amo… Pero sé que usted me va a ayudar a desenamorarme…,¿no es verdad?” José Antonio Marina – La inteligencia fracasada.
Llevo doce años de novia, pero estoy comenzando a cansarme… El problema no es el tiempo, sino el trato que recibo… No, él no me pega, pero me trata muy mal… Me dice que soy fea, que le produzco asco, sobre todo mis dientes, que mi aliento huele a…(llanto)… Lo siento, me da vergüenza decirlo… que mi aliento huele a podrido… Cuando estamos en algún lugar público, me hace caminar adelante para que no le vean conmigo, porque le da vergüenza… Cuando le llevo un detalle, si no le gusta me grita “tonta” o “retrasada”, lo rompe o lo tira a la basura muerto de furia. Yo siempre soy la que paga. El otro día le llevé un pedazo de torta y como le pareció pequeño, lo tiró al piso y lo aplastó con el pie… Yo me puse a llorar… Me insultó y me dijo que me fuera de su casa, que si no era capaz de comprar una mísera torta, no era capaz de nada… Pero lo peor es cuando estamos en la cama… A él le fastidia que lo acaricie o lo abrace… Ni que hablar de los besos… Después de satisfacerse sexualmente, se levanta de inmediato y se va a bañar…(llanto)… Me dice que no vaya a ser que lo contagie de alguna enfermedad… Que lo peor que le puede pasar es llevarse pegado algo de mí…
La queja de la pobre mujer tiene la intensidad de un relato de Borges. Podemos imaginar, a partir de estas líneas, el horror de la existencia. El terapeuta le pregunta: “¿Por qué no lo deja?”, y ella contesta entre apenada y esperanzada: “Es que le amo… Pero sé que usted me va a ayudar a desenamorarme…,¿no es verdad?” José Antonio Marina – La inteligencia fracasada.