lunes, 1 de junio de 2009

Un hombre invulnerable.

Este hombre ha entrado casi por casualidad con su hijo en la basílica de San Pedro, en el Vaticano. Tiene treinta y siete años; su hijo, siete meses. Es un hombre normal; su hijo, no: le llaman Llullu y padece una parálisis cerebrar que le incapacita para casi todo, incluido cualquier atisbo de comunicación con su padre. El hombre camina por la basílica con su hijo pegado al pecho en una mochila; habla con él; de golpe se detiene y le exige a su hijo que haga una señal inequívoca de que le está escuchando, le advierte que es capaz de cualquier cosa si le responde, añade: “De cualquier cosa, Llullu”. El hijo permanece impertérrito; entonces, el padre levanta los ojos y topa con algunas imágenes sagradas que pueblan la basílica; es un perfecto agnóstico, pero en ese momento concibe una idea insensata: “Si ahora mismo me envías una señal, creeré en Dios para siempre”, le dice a su hijo. “Me volveré a apuntar a la Iglesia, iré a misa los domingos, rezaré cada noche”. Habla en serio; en realidad, no ha hablado más en serio en toda su vida; como si quisiera demostrárselo a su hija, le saca de la mochila, lo coge en brazos y lo levanta en el aire: “Te juro por Dios que si ahora me respondes haré lo que sea, Llullu”, le dice mirándole a los ojos. “Envíame una señal y creeré en Dios para siempre y observaré todas las leyes de la iglesia católica y…”. En ese momento llega la señal, una señal inconfundible: el olor de la mierda de su hijo, que acaba de cagarse. Márius Serra. Escritor y padre de un hijo discapacitado.

“Tener un hijo tan vulnerable me hace invulnerable a muchos contratiempos que antes de conocerlo me podían amargar la existencia. Es tan radical su debilidad que por fuerza me impregna de poder(…). En su compañía soy invulnerable”. Kenzaburo Oé, escritor, padre de un hijo discapacitado.