Morir y matar: acontecimientos supremos que exigirían más espacio para penetrar en su sentido. Pero una cosa es clara: por la religión se mata y se muere cuando la institución encargada de propagar la fe se ha convertido en un poder político, en una Iglesia de Estado, que impone sus creencias, su moral, sus valores, sus ritos, sus fiestas, a toda la sociedad apoyada en aparatos de Estado. Una institución que impide la construcción de un Estado liberal por haber sacralizado todos los espacios de la esfera pública y que no deja margen a la libertad de conciencia por haber sometido a su moral todos los rincones de la vida privada. Santos Juliá. El país 21/10/07