El rostro humano, como signo
icónico, es vehículo de un sentido que trasciende su mero valor de
representación. Un retrato es, al mismo tiempo, histórico como símbolo de una
época, irrepetible como signo de un individuo y ejemplo genético como símbolo
de lo humano. Más aún, en el mundo actual, donde el lenguaje de las imágenes se
ha acabado por imponer el lenguaje de las cosas (la gente delega cada vez más
sus ojos en los “especialistas en mirada”, dice Doisneau), los retratos se
convierten en símbolos de nuestra iconofilia y en síntomas de nuestra patología
icónica: es por su intermedio como nos encontramos, nos ocultamos, nos interpelamos,
nos perdemos y nos superamos a nosotros mismos: en ellos somos más de lo que
demos y menos de lo que pretendemos.
Extraído de “Lo visible y lo
invisible en la Imagen Fotográfica” de Nelly Schnaith.
Me gusta mucho tu idea de incluir un espejo en la toma para mostrar dos imágenes distintas en una misma foto. Al igual que en tu entrada anterior, "Polvoranca en el espejo", me parecen tomas muy originales y un buen empleo de ese recurso.
ResponderEliminarSaludos.