Por mis lecturas afortunadas de adolescente supe desde el principio en qué consistía el milagro de escribir bien, y esta percepción la compartía con la conciencia de mi incapacidad para llegar a ser un buen escritor por mi falta de fuelle y de talento. En este oficio o eres uno de los grandes o no eres nadie. Siempre he compadecido a los estudiantes de piano o a las chicas que practican ballet. Todos sueñan con ser grandes concertistas o con interpretar como primeras bailarinas El lago de los cisnes, en la Scala de Milán y en los mejores teatros del mundo, pero el duro sacrificio de muchos años suele terminar tocando la canción de Amapola en el bar de un hotel de cuatro estrellas o dando clases de gimnasia en un colegio. Manuel Vicent, de su novela León de ojos verdes.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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