martes, 9 de septiembre de 2008

Hablar.


Harold Pinter, ganador del Premio Nobel de literatura 2005, está demasiado enfermo para viajar a Estocolmo y asistir a la ceremonia. Pero en una conferencia grabada hace lo que puede llamarse objetivamente un ataque salvaje contra Tony Blair por su participación en la guerra de Irak, pidiendo que lo juzguen por criminal de guerra.
Cuando uno habla personalmente, es decir, no a través de su arte, para denunciar a uno u otro político utilizando la retórica del ágora, se embarca en una contienda que probablemente perderá porque sucede en un terreno en el que el adversario cuenta con mucha más práctica y pericia. “Por supuesto, el señor Pinter tiene derecho a exponer su punto de vista. Después de todo, goza de libertades de una sociedad democrática, libertades que en este momento nos esforzamos por proteger de los extremistas.”
Así pues, hay que tener agallas para hablar como lo ha hecho Pinter. Quien sabe, tal vez Pinter vea con toda claridad que refutarán hábilmente sus palabras, las menospreciarán, incluso ridiculizarán. Y, sin embargo, dispara el primer tiro y se arma de valor para encajar la réplica. Lo que ha hecho puede que sea imprudente, pero no cobarde. Y llegan tiempos en los que la indignación y la vergüenza son tan grandes que sobrepasan a todo cálculo y toda prudencia, y uno debe actuar, es decir, hablar. J.M. Coetzee, premio Nobel de literatura. Diario de un mal año.

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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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