Toulouse, Francia. Foto Sebas Navarrete |
El hombre no posee muy desarrollada la capacidad de
pensar, y hasta el más espiritual y cultivado mira al mundo y a sí propio
siempre a través del lente de fórmulas muy ingenuas, simplificadoras y
engañosas -¡especialmente a sí propio!-. Pues, a lo que parece, es una
necesidad innata y enteramente fatal en todos los hombres representarse cada
uno su yo como una unidad. Y aunque esta quimera sufra con frecuencia algún
grave contratiempo y alguna sacudida, vuelve siempre a curar y surgir lozana.
El juez, sentado frente al asesino y mirándolo a los ojos, que oye hablar todo
el rato al criminal con su propia voz (la del juez) y encuentra además en su
propio interior todos los matices y capacidades y posibilidades del otro,
vuelve ya al momento siguiente a su propia identidad, a ser juez, se cobija de
nuevo rápidamente en la funda de su yo imaginario, cumple con su deber y
condena a muerte al asesino. Y si alguna vez en las almas humanas organizadas
delicadamente y de especiales condiciones de talento surge el pensamiento de su
diversidad, si ellas, como todos los genios, rompen el mito de la unidad de la
persona y se considera como polipartidista, como un haz de muchos yos,
entonces, con sólo que lleguen a expresar esto, las encierra inmediatamente la
mayoría, llama en auxilio a la ciencia, comprueba esquizofrenia y protege al mundo
de que de la boca de estos desgraciados tenga que oír un eco de la verdad. Extraído
de “El Lobo Estepario” de Hermann Hesse. Alianza Editorial. Edición decimosexta, año 1980.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.