Al día siguiente Chantal fue al cementerio (como
acostumbra a hacer una vez al mes) y se detuvo frente a la tumba de su hijo.
Siempre habla con él y aquel día, como si necesitara dar una explicación,
justificarse, le dijo, pequeño mío, pequeño mío, no creas que no te quiero o
que no te he querido, pero precisamente porque te he querido es por lo que no
hubiera podido convertirme en lo que soy si hubieras vivido. Es imposible tener
un hijo y despreciar el mundo como yo, porque a ese mundo se te envía. Por un
hijo nos apegamos al mundo, pensamos en su porvenir, participamos de buen grado
en el mundanal ruido, en sus agitaciones, tomamos en serio su incurable
estupidez. Con tu muerte me has privado del placer de estar contigo, pero a la
vez me has hecho libre. Libre frente al mundo al que aborrezco. Y si puedo
permitirme aborrecerlo es porque tú ya no estás. Mis pensamientos sombríos ya
no pueden atraer sobre ti maldición alguna. Quiero decirte ahora, tantos años
después de que me dejaras, que he entendido tu muerte como un regalo y que he
acabado por aceptar ese terrible regalo.
Extraído de la novela de Milan Kundera
“La identidad”, Editorial Tusquets. 1ª edición mayo 1998.
Tenías razón en tu comentario en Facebook. Muy duro, invita a la reflexión. Y muy bien ilustrado.
ResponderEliminarSaludos.
Lo que comentas Antonio "invita a la reflexión" es lo que me llevó a publicar este texto, a pesar de su dureza.
EliminarAbrazos.
Tremendo.
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