Todos hemos nacido en Arcadia, es decir que entramos en
el mundo con muchas exigencias de felicidad y goce y conservamos la necia
esperanza de realizarlas hasta que el destino nos agarra rudamente y nos
muestra que nada es nuestro, y que todo es suyo, porque tiene un derecho
indisputable no sólo sobre nuestras posesiones y adquisiciones, sino sobre
nuestros brazos y piernas, ojos y orejas y hasta sobre nuestra nariz en medio
de la cara. Después viene la experiencia y nos enseña que la felicidad y el
placer son puras quimeras que se nos muestran a lo lejos como una imagen
engañosa, mientras que el sufrimiento y el dolor son reales, se manifiestan
inmediatamente por sí mismos sin necesitar la ilusión o expectación. Si
aprendemos de su enseñanza, dejamos de perseguir la felicidad y el placer y
sólo procuramos evitar en lo posible el dolor y el sufrimiento. Comprendemos que
lo mejor que se puede encontrar en el mundo es un presente indoloro, tranquilo
y soportable; si lo conseguimos sabemos apreciarlo y nos cuidamos mucho de
estropearlo con un anhelo incesante de alegrías imaginarias o con ansiosas
preocupaciones cara a un futuro siempre incierto, que de todos modos está en
manos del destino, por mucho que forcejemos. Extraído de “El arte de ser feliz”
de Arthur Schopenhauer. Editorial Herder.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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