Ahora nos estamos convirtiendo en lo que nunca habíamos deseado ser, es decir, en viejos. Nunca hemos deseado ni esperado la vejez, y cuando hemos intentado imaginarla, ha sido siempre de un modo superficial, torpe y despreocupado. No nos ha inspirado jamás ni una profunda curiosidad ni un profundo interés. Lo extraño es que tampoco ahora, que estamos envejeciendo nosotros mismos, sentimos interés alguno por la vejez. Por eso nos está ocurriendo algo que no nos había ocurrido nunca: hasta ahora pasábamos por los años aguijoneados por una viva curiosidad hacia aquellos que se convertían poco a poco en nuestros coetáneos, ahora en cambio sentimos que avanzamos en dirección a una zona gris, donde formaremos parte de una muchedumbre gris cuyas vicisitudes no podrán encender ni nuestra curiosidad ni nuestra imaginación. Nuestra mirada apuntará siempre hacia la juventud y la infancia.
La vejez significará en nosotros, sobre todo, el fin del estupor. Perderemos la facultad tanto de sorprendernos como de sorprender a los demás. Ya no nos maravillaremos por nada, si bien hemos pasado la vida maravillándonos por todo, y los demás no se maravillarán por nosotros, bien porque nos hayan visto hacer o decir algo extraño, bien porque no mirarán hacia donde estamos.
Extraído de “Ensayos” de Natalia Ginzburg. Editorial Lumen. 1ª edición de abril del 2009.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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