martes, 5 de abril de 2016

J. Théophane Vénard. Carta a su padre antes de su muerte.

Abril 2016. Foto Sebastián Navarrete


Muy querido, estimado y bien amado Padre,

Como mi sentencia aún se hace esperar, le quiero dirigir un nuevo adiós, que probablemente sea el definitivo. Los días de mi prisión fluyen pasiblemente. Todos los que me rodean, me honran, muchos de ellos me quieren. Desde el gran mandarín hasta el último soldado, todos lamentan que la ley del reino me condene a muerte. A diferencia de muchos de mis hermanos, yo no he tenido que soportar ninguna tortura. Un ligero golpe de sable separará mi cabeza, como una flor primaveral que el Maestro del jardín recoge por puro placer. Todos nosotros somos flores sembradas en esta tierra que Dios recolecta en su tiempo, un poco demasiado pronto, un poco demasiado tarde. Uno es la rosa enrojecida, otro el lirio virginal, otro la humilde violeta. Tratando de complacer, según el perfume o la brillantez que nos ha sido otorgada, al soberano Señor y Maestro.

Yo os deseo, querido Padre, una larga, apacible y virtuosa vejez. Llevad dulcemente la cruz de esta vida, siguiendo el ejemplo de Jesús, hasta el calvario de un honroso óbito. Padre e hijo se volverán a ver en el paraíso. Yo, pequeño efímero, me voy el primero. Adiós.

Su devoto y respetuoso hijo.


J. Théophane Vénard. 20 de enero de 1861

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