Telaraña con el recio de la mañana en las costa asturiana. Foto Sebas Navarrete |
Le gustaban las cosas
pequeñas. Le enseñaban el bosque, pero ella se detenía en la brizna de hierba
pequeña, a sus pies. Del mar, formidable, le interesó más que nada el abanico
de espuma blanca que dejaba la marea en retirada entre sus piernas. De la
montaña, la senda como cordel en zigzag que le llevó hasta ella.
Ante los elefantes, en
el zoológico, no pudo apartar la mirada de la hormiga que trepaba desafiante
por la pernera de su pantalón rosa. De la bicicleta roja y reluciente que le
regalaron le gustó el timbre, que hizo sonar sin descanso.
Le mostraron un
atardecer hermoso, recortable portentoso de nubes doradas: le fascinó el
reflejo en sus zapatos.
Del amor de su madre
supo ver los motivos.
Y en los ojos de él, lo
que una vez vio en ella.
Extraído de “Aquí yacen
dragones” de Fernando León de Aranoa. Editorial Seix Barral.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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