Cuando el rey Pirro preparaba su expedición a Italia, su sabio consejero Cineas quiso que advirtiera la vanidad de su ambición: “Bien, señor”, le dijo, “¿con qué fin tomas todas esas grandes disposiciones?” “Para hacerme dueño de Italia”, replicó el rey. “¿Y después?”, inquirió Cineas. “Penetraré en la Galia y en Hispania”, respondió el monarca. “¿Y luego?””Someteré al África y, por fin, cuando haya dominado todo el mundo, descansaré satisfecho.” “Por Dios, señor”, repuso Cineas, “dime qué te impide hallarte ahora en la condición de que hablas? ¿Por qué en este instante no te colocas en el estado que pareces pretender y te ahorras todos los trabajos y riesgos que se interponen?” Michel de Montaigne (1533-1592), de sus ensayos.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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