Valle de Aosta, Italia. Sebas Navarrete |
Como el corzo rescatado tenía una
herida considerable me lo llevé en brazos hasta la tiná de las cabras. ¡Cómo
temblaba en mis brazos!
Lo curé y mantuve en el seno de mi rebaño algunos días. Cuando comprobé que se había recuperado procedí a liberarlo. De nuevo en brazos lo acerqué al borde del bosque y lo dejé en el suelo. Se levantó, dio tres o cuatro pasos y se paró para mirarme. Estoy seguro de no haber recibido un agradecimiento más emocionante en mi vida. El tímido, bello, poético corzo con ojos de rara caoba me regaló, en el lenguaje universal sin palabras que son las miradas una gratitud que sigue dando sentido a mi vida.
Tengo siempre en la memoria este verso de Emily Dickinson:
Si ayudo a un desmayado petirrojo
y lo llevo de nuevo hasta su
nido,
no habré vivido en vano.
“Los árboles te enseñan a ver el
bosque” Joaquín Araújo.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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