El poder del simbolismo sobre las
emociones es evidente. Una bandera, un himno, una palabra provocan emociones
patrióticas. Una palabra de consuelo alivia o alegra. Un insulto enfurece. Y
una historia de miedo aterra.
La realidad nos envía constantemente
señales que el miedoso interpreta como amenazas. Y que el temerario interpreta
de otra manera, como desafío, por ejemplo. Una misma cosa puede vivirse como
una amenaza o como una oportunidad. Depende del sujeto.
“Anatomía del miedo” de José Antonio
Marina, editorial Anagrama.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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