Arte urbano, Madrid, foto Sebastián Navarrete |
La Determinación
Por la tarde, la mujer fatal y el hombre
irresistible se encuentran en un café de paredes color ocre. Se miran a los
ojos; saben que esta vez será la última. Desde hace semanas, a uno y otra se
les viene haciendo evidentes la fragilidad del hilo que los ha unido desde hace
más de tres años y que los hacía llamarse a todas horas, vivir el uno para el
otro; una agitación tal que ni las tardes de domingo eran aburridas. Ahora el
hilo está a punto de romperse. Ha llegado el momento de poner en duda el amor
que se tienen y, en consecuencia, acabar.
Antes se veían casi todos los días, y cuando no
se veían se llamaban por teléfono, aunque fuera en mitad de una congreso en
Nueva Escocia. En las últimas semanas apenas se han visto tres veces, y los
encuentros no han sido alegres. Sin habérselo dicho, los dos saben que el
encuentro de hoy es para despedirse irremediablemente. Han llegado a tal grado
de compenetración que a ninguno de los dos le hace falta explicar que se
aburre; los dos se percatan simultáneamente. Se cogen de la mano y recuerdan (cada
cual para sí, en silencio) la perfección fornicatoria a que han llegado
últimamente: ellos mismos se maravillan. No es extraño que al lado de
semejantes acrobacias el resto de sus vidas les parezca insípido. Toman el
café, se dicen adiós y se va cada uno por su lado. Ella se ha citado a cenar
con un hombre; él se ha citado a cenar con una mujer.
Después de los postres, la mujer fatal tarda una
hora y media en irse a la cama con el hombre con el que se ha citado. El hombre
irresistible tarda tres en irse a la cama con su acompañante. Ambos se
descubren haciéndolo con tanta torpeza que se emocionan. ¡Qué pasividad! ¡Qué
impericia! ¡Cuanta ansiedad! ¡Cuanta impaciencia! Les queda por recorrer un
camino muy largo antes de llegar con los nuevos amantes a la perfección a la
cual han dicho adiós esta tarde, con un café.
Quin Monzó, El porqué de las cosas, Anagrama
1994.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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