Hasier
Larretxea, nacido en 1982 en el remoto valle del Baztán. Hijo de un aizkolari,
los cortadores de troncos vascos, Larretxea creció en un entorno rural muy
aislado que lo asfixió desde niño. A los problemas de una comunidad pequeña y
montañosa, el valle del Baztán añadía la cuestión del terrorismo de ETA, cuyos
años más crueles coincidieron con la infancia de Hasier. Era un lugar de
hombres duros, donde se sublimaba la masculinidad, un sitio insoportable para
un niño sensible y tímido que, en la pubertad, se descubriría homosexual. Hasier
huyó a Madrid para sentirse libre. Abandonó su casa e hizo su vida en la gran
ciudad, desarraigado, acumulando una mezcla de rechazo y amor hacia sus
orígenes. Su familia no aceptó su condición. Hubo una ruptura tajante y
dramática propia de las mejores novelas del siglo XIX, pero el tiempo lo enfría
todo y, finalmente, el aizkolari de las montañas y el hijo que ya vivía sin
trabas ni vergüenzas en la gran ciudad se reconciliaron. El hijo escribió unos
poemas en euskera, y le pidió al padre algo asombroso: que lo acompañara en los
recitales y presentaciones por las librerías. Pero que lo acompañara como parte
de una performance artística. Mientras el hijo recitaba, el aizkolari cortaba
un tronco. Los hachazos sobre la madera marcaban un ritmo de galeote, una
percusión sobre la melodía de los versos. El efecto era muy emocionante. Al
final de los actos, el padre de Larretxea, orgulloso y al borde de las
lágrimas, les dedicaba a los asistentes las astillas desprendidas del tronco,
firmándolas con un rotulador.
Extraído de "La España vacía" de Sergio del Molino.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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