miércoles, 15 de junio de 2016

Hasier Larretxea, el hijo del aizkolari.

Navarra. Foto Sebastián Navarrete


Hasier Larretxea, nacido en 1982 en el remoto valle del Baztán. Hijo de un aizkolari, los cortadores de troncos vascos, Larretxea creció en un entorno rural muy aislado que lo asfixió desde niño. A los problemas de una comunidad pequeña y montañosa, el valle del Baztán añadía la cuestión del terrorismo de ETA, cuyos años más crueles coincidieron con la infancia de Hasier. Era un lugar de hombres duros, donde se sublimaba la masculinidad, un sitio insoportable para un niño sensible y tímido que, en la pubertad, se descubriría homosexual. Hasier huyó a Madrid para sentirse libre. Abandonó su casa e hizo su vida en la gran ciudad, desarraigado, acumulando una mezcla de rechazo y amor hacia sus orígenes. Su familia no aceptó su condición. Hubo una ruptura tajante y dramática propia de las mejores novelas del siglo XIX, pero el tiempo lo enfría todo y, finalmente, el aizkolari de las montañas y el hijo que ya vivía sin trabas ni vergüenzas en la gran ciudad se reconciliaron. El hijo escribió unos poemas en euskera, y le pidió al padre algo asombroso: que lo acompañara en los recitales y presentaciones por las librerías. Pero que lo acompañara como parte de una performance artística. Mientras el hijo recitaba, el aizkolari cortaba un tronco. Los hachazos sobre la madera marcaban un ritmo de galeote, una percusión sobre la melodía de los versos. El efecto era muy emocionante. Al final de los actos, el padre de Larretxea, orgulloso y al borde de las lágrimas, les dedicaba a los asistentes las astillas desprendidas del tronco, firmándolas con un rotulador.

 Extraído de "La España vacía" de Sergio del Molino.

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