Cerca de Sieteiglesias, Madrid. Foto Sebastián Navarrete |
UNA NOCHE CON ÁNGEL GONZÁLEZ
Benjamín Prado (Iceberg)
Me enseñó que la suma de las huellas
no equivale a la nieve;
que en el ojo cerrado comienza lo invisible
como la sed se inicia en el vaso vacío.
Eso es lo que decía Ángel González:
busca la claridad
y comprende lo oscuro.
Me enseñó que un poema es un acuario
con peces de verdad y agua inventada;
que el hielo se deshace
lo mismo que se vuela una paloma;
que el mundo en construcción ya contiene sus ruinas.
Eso es lo que me dijo:
todo acaba
y un hombre nunca sabe qué pasado le espera.
Yo cambié para oírle,
como cambian los ojos de quien mira las dunas.
Y a su lado,
cada uno
continuó viviendo con su corazón verde
o su corazón rojo,
igual que un árbol con una sola manzana.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
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