En algún lugar de la provincia de Cáceres. 2015 Foto Sebastián Navarrete |
Habiendo
deseado la democracia cuando no existía y vivido luego muchos años en ella, he
aprendido su valor, pero también su fragilidad, y sus límites, que son en parte
los de la misma condición humana. La democracia pierde una gran parte de su
brillo, como casi todo, cuando se vuelve un hábito, de modo que en su mismo
éxito está contenido su peligro, porque la estabilidad, tan deseada cuando se
carece de ella, conduce pronto al tedio. El
romanticismo de la democracia relumbra sobre todo cuando se carece de
ella, cuando se anhela su llegada o se sufre su pérdida. En la democracia –al
menos mientras no tiene calificativos ni aditivos-, la soberanía popular se
ejerce a través de un sistema de contrapesos y controles, de separación de
poderes y vigilancias administrativas e informativas que rara vez dejan sitio a
los grandes ímpetus salvadores, a las confortadoras simplicidades de la épica.
En las democracias, decía Raymond Aron, rara vez se elige entre el Bien y el
Mal, y casi siempre entre lo preferible y lo detestable. A diferencia de cualquier
otro régimen, la democracia solo ofrece promesas limitadas: no el paraíso
terrenal, ni la gloria del Pueblo por fin liberado de sus enemigos, sino
cambios graduales que pueden mejorar las vidas del mayor número de personas
posibles, pero que son difíciles de mantener y muy fáciles de descuidar.
Decía Karl
Marx, cosa que sorprenderá a los expertos en teoría educativa, que la
ignorancia nunca ha liberado a nadie. Si he aprendido algo a lo largo de todos
estos años es que la mezcla de la injusticia y de la ignorancia favorece la
infelicidad de las personas y la ruina de la democracia. Antonio Muñoz Molina.El País
10/10/2015.
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¿Y como voy a saber lo que pienso si no lo he dicho todavía? E.M. Forster.
Te doy las gracias por opinar y participar. Saludos.