miércoles, 7 de noviembre de 2007

Alambradas


Primo Levi tuvo la suerte de no ser deportado a Aushwitz hasta 1944, cuando el gobierno alemán, debido a la escasez de mano de obra, había decidido ya alargar la vida de los prisioneros judíos, concediéndoles algunas mejoras en el campo de concentración y suspendiendo temporalmente las matanzas. Con esta declaración de fortuna, cruelmente real y seca, comienza Si esto es un hombre, uno de los libros más conmovedores que he leído. Primo Levi cuenta la historia de su cautiverio con una precisión hiriente, sin adornos estilísticos y sin desahogos sentimentales, porque con el horror moral no se puede hacer literatura. El infierno es un lugar en el que las palabras no deben detenerse, ni pensar mucho en sí mismas. Conviene resbalar sobre la humillación con una lejanía de escribiente neutral, de voz preocupada en sobrevivir, de corazón que ha llegado a conocer la mentira de los adjetivos. Hay cosas que no necesitan ninguna calificación, que viven en la rotundidad de su presencia. Primo Levi fue detenido por las Milicias fascistas, fue entregado a los nazis, viajó por los campos de Europa en un tren sobrecargado de gente, de frío y de hambre, pisó una estación que no era un simple punto de llegada, sino la boca de la Historia con dientes de ser humano; y le dieron un número, y le marcaron la piel, y se acostumbró a vivir en la rutina de la degradación, en las horas contadas del vacío y la supervivencia. Lo peor no es que te borren el nombre, lo peor es que uno llega a ser incapaz de recordarlo. El horizonte se reduce de pronto a conspirar por un trozo de pan, unos centímetros de litera o un minuto de descanso. Hay que aprender a robar, a estafar, a colocarle a otro las vigas más pesadas, las tareas más repugnantes, porque la dignidad no consigue muchos equilibrios sobre la cuerda de los instintos animales. Evocando una situación en la que ni siquiera se sentía propietario de sus sueños, Primo Levi escribe: "Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigir a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí".


Han cambiado los tiempos. Hoy llegan noticias desde el interior de los campos de concentración, y los prisioneros pueden mandar mensajes, incluso nos ofrecen su propia imagen a la hora de llorar, matar o morir. El problema es que no hay hombres libres al otro lado de las alambradas, no hay nadie capaz de oír los mensajes que se emiten desde el interior de la vileza. Las alambradas son una frontera entre el dolor y el bienestar, pero no entre la libertad y el cautiverio. Si hubiese hombres y mujeres libres, con capacidad de decidir entre el bien y el mal, no tendrían más remedio que oír los mensajes que llegan desde los campos de exterminio. Algo ha pasado, las víctimas están más solas que nunca, y hemos aprendido a convivir con el engaño de nuestras conciencias. Los espejos reproducen caras con colmillos, pero hemos aprendido a no reconocernos en los espejos. Ahora que el Estado de Israel marca los cuerpos de los palestinos, la historia de Primo Levi es más desoladora que nunca. En el interior del campo, los condenados gritan con la ilusión de que alguien los oiga. Les queda por descubrir que ya no hay hombres libres al otro lado de las alambradas. - Luís García Montero - Alambradas.

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