En la calle Armas de Córdoba. Foto de Sebas Navarrete |
Cómo no te va a partir el corazón esa pobre mujer que
acude a la tele pidiendo asistencia para un hijo enfermo; cómo no va a provocar
compasión quien cuenta a cámara que no trabaja desde hace años, tantos, que ya
se le pasó la edad de resultar atractivo a una empresa; cómo no conmoverse si a
un programa acude toda una familia que muestra su desgracia como un último
recurso de salvación antes de que todo se derrumbe definitivamente. Tras una
primera reacción de empatía y comprensión, hay una segunda, de rabia, no
relacionada con los que movidos por una situación angustiosa acuden donde sea,
sino con los que supuestamente animados por la bondad les empujan a convertirse
en protagonistas de espacios televisivos cuyo objetivo es mostrar la cara de la
desgracia.
Los entrevistados suelen mostrarse tímidos al principio,
pero el conductor del programa se las apaña para ir hurgando en la herida hasta
que se derrumban y lloran, a veces delante de una criaturilla de cinco o seis
años que, con la seriedad propia de los niños que presencian a diario cómo sus
padres sufren, se arrima aún más a ellos para aliviar su dolor. Es entonces
cuando el entrevistador anuncia que hay una llamada, la llamada de alguien que
está dispuesto a socorrer al hambriento, ofrecer trabajo al parado o un
tratamiento al hijo enfermo. Llegados a este punto, los pobres desgraciados
lloran aún más, el público aplaude conmovido esas lágrimas y este cuento
navideño de Andersen acaba con un final feliz. El presentador añade, "ya
nos gustaría hacer esto por todo el mundo".
Mal vamos si nos acostumbramos a la caridad y no a la
justicia. La solidaridad, lo saben los voluntarios, es un parche. Los parados
quieren trabajar; los enfermos, ser atendidos; los sincasa, un techo. Pero no
gracias a la piedad de los desconocidos, sino porque tienen derecho. Lo tienen.
El País 02/01/2013. “Por caridad” Elvira Lindo.
Un artículo buenísimo, sí señor. Qué razón tiene Elvira Lindo.
ResponderEliminarUn abrazo, Sebas