miércoles, 3 de agosto de 2011

Rita Levi-Montalcini



Un joven ayudante mío, un chino nacido en Taiwán que llevaba en Italia diez años cuando nos conocimos, había estudiado con discreto éxito la carrera de biología en la Universidad de Perugia y hablaba correctamente el italiano, aunque con acento y con palabras y giros que delataban su origen extranjero, observando un día en nuestro animalario dos camadas de ratones, que diferían en el comportamiento de la madre, el estado de salud y el número de crías, como veía que una de las madres rechazaba a sus crías, que eran pocas porque, como es frecuente en los roedores, se había comido a las demás al parir, y que la otra las amamantaba amorosamente, señaló a la primera con el ceño fruncido y la llamó, en tono severo, “madre bruta”, mientras que a la otra la calificó, con una sonrisa de aprobación, de “madre querida”. Aunque compartiera su simpatía por la madre que amamantaba, ningún italiano habría usado estos adjetivos. Es posible que mi ayudante chino usara “querida” y “bruta” porque no conocía bien la lengua, pero también porque quería expresar un juicio moral sobre el comportamiento de los ratones y demás animales, en lugar de aplicar, como nosotros, un criterio estrictamente biológico. Quizás en esto diferimos de los orientales: en que consideramos que sólo nuestra especie tiene el privilegio de regirse por principios morales, aunque haya que reconocer que no son mucho los que los aplican. Extraido de “Elogio de la imperfección” Memorias de Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina 1986. Editorial Tusquets. 1ª edición abril 2011.

Rita Levi-Montalcini fue siempre una persona muy activa, y ahora, con casi ciento un años, no parece sino que lo sea aún más. Se trata de una actividad polifacética: escribe por lo menos un libro al año; es senadora vitalicia, cargo en el que quizás ha salvado a Italia, con su voto, de una situación particularmente comprometida; dirige un instituto científico (EBRI), que fundó hace poco con la intención de proseguir la excelente labor científica desarrollada a lo largo de treinta años de investigación en Estados Unidos, labor que le valió, en 1986, el reconocimiento mundial que más ambiciona un científico, el Premio Nobel; creó y sigue dirigiendo una fundación benéfica cuyo fin, entre otros, es ayudar a las mujeres africanas estudiar, algo particularmente loable si se tiene en cuenta que en muchas partes de África las mujeres no tienen acceso a la enseñanza; y desde su regreso a Italia viene desplegando una gran actividad como conferenciante y divulgadora científica. Sorprende que una mujer haya logrado tantas cosas en un país machista como es Italia, y que continúe haciéndolo a una edad tan avanzada, pese a un considerable debilitamiento de la vista y el oído que habría reducido a la inacción total a cualquier otra persona. Es evidente que Rita posee esas extraordinarias dotes de las que tan eximios ejemplos nos ha dado el Renacimiento, y si bien es casi la única mujer que forma parte de esta selecta compañía, muestra, a diferencia de la mayoría de los famosos, una gran modestia y humildad, que realza tanto más sus virtudes. Luigi Cavalli-Sforza.

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